A quemarlo
todo
Patricio Navia
El Líbero, febrero 12, 2021
Cuando la presidenta de
Revolución Democrática, la diputada Catalina Pérez, reaccionó a la muerte de
Francisco Martínez Romero en Panguipulli a manos de un carabinero que alega
haber disparado en defensa propia, la frase que la diputada compartió en redes sociales
—“en Chile la vida de un pobre no vale nada. ¿Cómo quieren que no lo quememos
todo?”— resumió a la perfección la radical y equivocada lectura de la realidad
que tiene una buena parte de la izquierda sobre el Chile de hoy. Precisamente
porque la vida de los pobres en Chile hoy vale mucho más que nunca en la
historia nacional, la reacción visceral y equivocada de la diputada —compartida
por tantos en su sector— refleja el inmenso riesgo que corre el país de que,
por no ser capaces de ver la realidad, la izquierda termine quemando esta
sociedad que hemos construido con tanto esfuerzo y dificultad y que ofrece hoy
más oportunidades que nunca, precisamente a los menos tienen, en la historia
nacional.
De más está decir que la
presidenta de Revolución Democrática se apresuró a emitir juicio sobre lo que
había ocurrido en Panguipulli. Por cierto, los debates de los días posteriores
a la muerte Francisco Martínez dejaron en claro que, aun cuando hay videos que
grabaron el incidente, la gente muchas veces termina por ver lo que quiere ver
—un asesinato a sangre fría a manos de un policía o un acto de legítima defensa
de un carabinero que sintió que Martínez lo atacaba con un arma mortal. Pero
aún si lo que la gente ve está distorsionado por sus predisposiciones políticas
e ideológicas, la reacción sobre qué hacer frente a un hecho que uno considera
injusto debiera tomar en cuenta los costos y beneficios de las distintas
alternativas.
La diputada sugirió que salir
a quemarlo “todo” es una reacción justificada —o al menos comprensible— ante lo
que muchos consideran una injusticia intolerable. Aun si uno acepta la premisa
—de que el carabinero cometió un asesinato y no que actuó en defensa propia—,
la reacción más razonable, madura y, por cierto, democrática ante esa
injusticia no es salir a prenderle fuego a todo lo que nos encontremos en el
camino. Al contrario, los líderes debieran mostrar el camino de la
responsabilidad y la prudencia.
En democracia, prima el estado
de derecho. Cuando hay injusticia, el sistema judicial debe corregirla y
sancionar a los culpables. A su vez, la clase política debe encontrar acuerdos
para corregir las injusticias sistemáticas. Cuando Catalina Pérez justifica las
reacciones anarquistas y violentas, cae al mismo abismo de inmoralidad y falta
de valores democráticos de los líderes populistas que tanto amenazan hoy la
estabilidad de la democracia en el mundo. La reacción de Pérez es similar, por
ejemplo, a la que tuvo el entonces presidente de Estados Unidos Donald Trump
cuando, al invitar a los violentistas que se tomaron el Congreso estadounidense
el 6 de enero a volver a sus casas, aprovechó de decir que él los amaba. En
democracia, todos debemos respetar las reglas que garantizan el libre ejercicio
de los derechos. Al justificar a algunos que quieren quemarlo todo cuando
sienten una injusticia, Catalina Pérez también abre la puerta para que otros
salgan a quemarlo todo cuando se sientan agraviados o víctimas de alguna
injusticia.
Lo peor de las declaraciones
de la diputada, en todo caso, es que reflejan una incapacidad evidente para
entender que la vida de los pobres en Chile vale más que nunca en la historia
del país. Precisamente en la semana en que empezó la campaña de vacunación
masiva y que el país demostró que, al menos en esta dimensión, todos tenemos
los mismos derechos, Catalina Pérez repitió una frase populista y repetida
hasta el cansancio por aquellos que insisten en desconocer que Chile ha hecho
avances innegables en inclusión social y expansión de derechos. Aunque es
evidente que la desigualdad persiste en múltiples dimensiones, nunca hubo menos
desigualdad y más oportunidades en el país.
La frase de la diputada Pérez
solo refleja la errada lectura de una buena parte de la izquierda que,
desconociendo todo lo que Chile ha hecho bien, está embriagada por la idea de
quemarlo todo, de destruirlo todo, para partir de cero. Aquellos que creen que
el proceso constituyente permitirá refundar al país —en vez de seguir construyéndolo
de la forma gradual y pragmática que ha caracterizado el avance del país en
estas tres décadas de democracia— también caen víctimas de la equivocada
lectura sobre la realidad que vivimos. Precisamente porque los que menos tienen
están hoy mejor que nunca antes en la historia nacional, la destrucción del
Chile que hemos construido con tanto esfuerzo hace que aumenten las
posibilidades de que, una vez que se destruya el modelo actual sin tener modelo
alternativo que lo remplace, la vida de los pobres sí que no valdrá nada.