Cupos
para pueblos originarios y afrodescendientes
Patricio
Navia
El
Líbero, diciembre 11, 2020
La
frivolidad que rodea el debate sobre el proceso constituyente confirma la
sospecha de que el país avanza por un mal camino. Mientras algunos insisten en
seguir enmendando el acuerdo inicial que le dio la partida, otros se han
comprado la bandera de las políticas identitarias como remplazo para los
mecanismos de representación democrática. Al final, en vez de intentar
demostrar que somos una sociedad que respeta las reglas y los acuerdos, estamos
enviando la preocupante señal de que improvisamos y nos ponemos
innecesariamente creativos. Cuando estamos a solo meses de comenzar a redactar
una nueva constitución, esas son las peores señales que podemos enviar como
país.
Después
que se firmó el Acuerdo por la Paz Social (sic) y la Nueva Constitución el 15
de noviembre de 2019, se inició un debate sobre paridad de género y la representación
de pueblos originarios en la convención constitucional. Una reforma a la
Constitución, publicada el 24 de marzo de 2020, estableció un cuestionable y
singular mecanismo para garantizar paridad de género en la convención. Ya que
el sistema electoral que usamos en Chile —y que se usará para elegir los
miembros de la constituyente— es de representación proporcional y lista
abierta, los chilenos votan por personas y no por partidos. Pero como el conteo
de votos se hace por partido y los escaños se asignan a cada partido, al marcar
el voto por un candidato específico, los chilenos están votando en realidad por
el partido —y en caso de que ese partido vaya en un pacto electoral, por todos
los partidos representados en el pacto. Si al pacto le corresponden 3 escaños,
esos cupos se asignan a sus 3 candidatos más votados. Por eso, a menudo ocurre
que un candidato que obtiene muchos votos termina arrastrando a compañeros de
lista menos votados.
En
la elección del 11 de abril, si en un distrito de 5 cupos éstos se reparten
entre 5 partidos (uno por partido) y, en cada partido, la persona más votada
fue una mujer, las candidatas de los dos partidos con menos votos deberán ceder
sus cupos a los hombres más votados en sus partidos. Por eso, habrá varios candidatos
que, habiendo obtenido muy poca votación, logren un cupo, dejando afuera a
candidatas más votadas de su propio partido y de otros partidos. Ya que el
mecanismo de corrección para asegurar paridad de género se aplica a nivel de
distrito —y no a nivel nacional—, las distorsiones favorecerán a mujeres en
algunos distritos y a hombres en otros. Pero en todos los casos, resultarán
electas personas con menos votos que los que quedarán fuera.
Adicionalmente,
la discusión para incorporar escaños reservados a los pueblos originarios está
recién ahora en etapa definitiva en el Congreso, con la iniciativa de
asignarles al menos 18 escaños. Ahora bien, como los votantes de esos pueblos
originarios ya están inscritos en alguno de los 28 distritos, la creación de nuevos
escaños inevitablemente distorsionará todavía más la flagrante violación al
principio de una persona=un voto que existe en el mapa electoral chileno.
Mientras algunos legisladores quieren sumar 18 escaños a los 155 que ya
existen, otros quieren reducir el número de escaños en distritos que ya existen
para mantener el número total de 155 en la convención constitucional. Pero como
nadie sabe qué votantes optarán por emitir votos en el distrito nacional para
representantes indígenas y cuáles lo harán en los distritos donde ya están
escritos, no hay buena forma de saber a qué distritos se le deben quitar
escaños para acomodar los 18 escaños reservados para pueblos originarios. Como
no hay forma de crear un padrón paralelo con personas de pueblos originarios
(el registro de Conadi excluye a mucha gente que
legítimamente se siente parte de esos pueblos), lo más probable es que esos 18
escaños sean electos por un número sustancialmente inferior de personas que el
11,9% del padrón que, presumiblemente, pertenece a los pueblos originarios.
Huelga decir que, en caso de que se asigne un escaño para afrodescendientes, el
problema será aún mayor, porque, después de todo, la autoidentificación racial
es una cuestión tan o más compleja que la autoidentificación con un pueblo
originario.
El
hecho que estemos discutiendo todavía las reglas del proceso constituyente más
de un mes después de que se realizara el plebiscito del 25 de octubre
representa una pésima señal. Si la forma en que se han modificado y enmendado
las reglas del juego democrático entre el 15 de noviembre y hoy es una
indicación de lo que pasará en la convención constitucional, entonces hay
buenas razones para anticipar que terminaremos con una constitución ekeko
—llena de bolsas que simbolizan la abundancia— o arbolito de navidad —con
regalos para todos y creativos adornos. Porque cuando un país inicia un proceso
constituyente es clave enviar la señal de que los acuerdos y las reglas se
respetan, el espectáculo que está dando ahora el Congreso Nacional es un pésimo
precedente para lo que se vendrá después, cuando empiece a sesionar la
convención constitucional.