En la duda, rechaza
Patricio Navia
El
Líbero, septiembre 24, 2020
Cuando
uno se enfrenta a una decisión en la que no hay mucho que ganar pero sí mucho
que perder, lo más razonable es no embarcarse en esa aventura. El proceso
constituyente que se iniciará en el caso de que gane el Apruebo en el
plebiscito del 25 de octubre implica una serie de riesgos que pueden llevar al
país por el sendero de crisis e inestabilidad por el que ya transitan muchos
otros países de América Latina. Aunque también existen oportunidades asociadas
con la redacción de una nueva constitución, el valor de lo que se puede perder
es sustancialmente superior al valor de lo que se puede ganar.
Los
defensores del proceso constituyente reconocen que no hay nada garantizado y
que, en el mejor de los casos, el nuevo texto será parecido al actual, pero sin
el pecado original de la Constitución de 1980. Para ellos, tener una
constitución que no haya sido inicialmente promulgada en dictadura justifica
los riesgos que implica iniciar un proceso constituyente. Pero ese argumento
pone demasiado énfasis en el origen de la constitución y no en el contenido.
Una constitución se puede legitimar en su ejercicio. Llevamos 30 años con una
democracia que incuestionablemente ha venido mejorando. Chile es hoy mucho más
democrático de lo que era en 1990 o incluso en 2010. De hecho, el gran mérito
de nuestra democracia ha sido su capacidad de desarrollarse y profundizarse
pese al origen autoritario de su constitución.
Hay
otros que valoran el contenido de la constitución, pero reconocen el pasivo de
su ilegitimidad de origen. Para ellos, el mundo ideal sería que el proceso
constituyente produjera un texto similar actual, pero que goce de
incuestionable legitimidad democrática. En esa lectura, el proceso
constituyente se asemejaría a lo que le ocurrió a Pierre Menard, el personaje
de un cuento de Jorge Luis Borges, que quiso escribir su propio El Quijote de
la Mancha. El texto debía ser idéntico al de Cervantes, pero en realidad sería
diferente por el lugar y momento en que fue escrito. Para los que valoran el
contenido actual de la constitución —incluidas las decenas de reformas
realizadas desde 1989— pero objetan el origen de la carta magna, esperar una
constitución con similares fortalezas y sin las debilidades es igual a creer
que aquello que sería ideal es también inevitable.
Esas
dos formas de pensar tienden a centrarse en los potenciales beneficios de
redactar un nuevo texto constitucional —el upside— y
no en los costos y riesgos del proceso—el downside.
Un análisis más cuidadoso no puede dejar de considerar los potenciales
obstáculos y complicaciones que implica avanzar por un proceso constituyente.
La experiencia comparada de procesos constituyentes, especialmente la de
América Latina —región de la que seguimos siendo parte, por más que hayamos
entrado a la OECD, igual que Colombia o México— es bastante menos auspiciosa de
lo que quisieran creer los promotores del Apruebo. Las experiencias de
Venezuela, Ecuador y Bolivia —los tres casos más recientes de procesos
constituyentes— no produjeron ni democracias más robustas ni economías más
desarrolladas. En los tres países, el fin del boom de las commodities
ha generado serios problemas económicos. Los tres países también han
experimentado significativos retrocesos democráticos en los últimos años.
Las
experiencias de Colombia y Brasil —que a menudo se consideran como los casos
exitosos de la región— también nos muestran que los procesos constituyentes
tienen costos. En Brasil, muchos de los problemas que existían antes de su
nueva constitución —incluida la desigualdad—s iguen notoriamente
presentes. Es difícil argumentar que Brasil es un país mejor producto de la
constitución de 1988. En Colombia, la constitución de 1991 sentó las bases de
una nueva institucionalidad. Pero el proceso político tuvo que pasar por el
polémico gobierno de derecha de Álvaro Uribe para que el país pudiera comenzar
a superar la oscura etapa de la guerra de guerrillas liderada por las FARC, ELN
y otros grupos. Los casos de Brasil y Colombia nos enseñan que los procesos
constituyentes pueden tener beneficios, pero también tienen costos y riesgos.
Peor aún, muchos de los problemas que tenían los países antes de la nueva
constitución sobreviven y se exacerban después del cambio constitucional.
En
el debate sobre el proceso constituyente en Chile, muchos promotores del
Apruebo comprensiblemente destacan las oportunidades que ofrece redactar un
nuevo texto. Pero aquellos que quieren tomar una decisión informada deben saber
también que hay muchos riesgos y costos altos. Si en el análisis que haga cada quien, surgen dudas —si hay una vocecita que le dice
que tal vez ese no es el mejor camino— la única decisión razonable que pueden
tomar las personas que aspiran a construir un mejor país es, actuar en
consecuencia, y precisamente porque los riesgos y costos superan las
potenciales ganancias, el 25 de octubre debieran votar Rechazo.